Estamos en un momento de excesiva información racionalizada y analizada, y en el camino perdemos de vista nuestro lenguaje original: el movimiento. Lo que decimos sin decir y lo que nos dicen sin decirnos ni una palabra. Se trata de un doble descubrimiento que tenemos por delante. Reconocer nuestro propio lenguaje no verbal y el del otre.
¿Cómo es mi voz? ¿Qué más «dice» aparte de lo que digo? ¿Cómo me comunico con mi cuerpo y cómo se comunica conmigo mi cuerpo? ¿Qué me dicen los gestos del otre, su tono, su ausencia, su presencia?
Estamos leyendo de manera automática esa información todo el tiempo, sabemos que no es un buen momento para hablar de un tema delicado con alguien si vemos que viene con el ceño fruncido y preocupado. Pero si vamos más allá y aprendemos a leer señales más sutiles podremos conocer mucho más lo que el mundo tiene para decirnos, y, lo más maravilloso, lo que tenemos para decirnos a nosotras mismas.
No todo pasa por el entendimiento racional, o por lo menos no primero. ¿Qué tanta atención le prestan a esas otras señales?