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Cómo y por qué vivir “donde no hay nada”

Ya les conté en otros episodios sobre mi vida entre el campo y el mar y les dije que es muy distante a vivir en medio de la nada. Sin embargo, muchas personas insisten con referirse a este sitio como uno en donde “no hay nada”.
Yo siento que vivo en un lugar donde tengo todo, en un lugar donde hay abundancia, donde no necesito ni siento que me falte algo. Pero decidí darle la chance a esa pregunta insistente.

La nada, este sitio, está lleno de árboles, de cientos de especies diferentes, de aves diferentes, de cielo amplio, de horizonte, de olor a mar y  de ruido de olas y acantilados. Vivo a 8 cuadras de la playa y según como vaya el viento y las olas se escuchan perfectamente desde mi casa. Pero volvamos a la nada para las personas:  no hay gas natural, ni agua corriente, el internet es satelital, no hay un centro comercial por pequeño que sea y los pocos comercios que hay tienen horarios acotadísimos de atención al público. Quiero decir que tengo que pensar bien a dónde ir y qué quiero comprar. Aunque yo nunca fui una compradora compulsiva, si lo fuera, la  compra compulsiva acá se muere de angustia.

Todo esto que les nombro, no solo “está”, sino que me permite vincularme con la existencia desde otro lugar. Desde los sentidos, la contemplación, la exploración, los ciclos de la naturaleza tal como son. En la ciudad adormecemos nuestros sentidos porque nos sentimos invadidos, nos sumergimos en las pantallas, usamos auriculares.

Y en relación a eso les quiero compartir una anécdota: me mudé a este lugar en invierno, nunca había estado acá en invierno y mi primera gran desilusión fue no sentir olor a a pinos y eucaliptos que me transportaban a mi infancia. Pensé que era la tristeza que me daba el frío y los días grises y el estrés por la mudanza, pero, cuando llegó el verano me di cuenta que ese olor era propio del verano. Un año y medio después reconozco los olores de cada estación del año en este lugar y eso me parece sorprendente y maravilloso.

Nos inventamos necesidades para no escucharnos.  Es una comodidad incómoda. Desde que elegí esta incómoda comodidad, de tener menos cosas “a mano”, me siento más yo, se evaporaron obligaciones insólitas de mi vida, la vida me parece más nítida y maravillosa que nunca. Estar en un lugar así, y lejos de tus seres queridos, te “obliga” a estar frente a frente con vos mismo. Claro que es posible escapar a eso acá también, pero no es tan sencillo como en una ciudad. Las chances de distracción son menores. 

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