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Vrksasana: el equilibrio empieza desde abajo

Cuando el fin de año se acerca parece que se acelera todo. Pero esta asana nos invita a plantarnos con presencia, a enraizar antes de expandir, y a descubrir que la caída no es fracaso sino aprendizaje. Explorá cómo llevar esta práctica de equilibrio consciente más allá del mat.

La postura del árbol nos enseña que para sostenernos en equilibrio, primero hay que echar raíces. En tiempos donde todo acelera, Vrksasana nos invita a plantarnos: firmes, presentes, conectadas con la tierra.

Hay posturas que parecen simples hasta que las habitás de verdad. Vrksasana, la postura del árbol, es una de ellas. Pararte en una pierna puede sonar fácil, pero cuando lo intentás —de verdad lo intentás—, aparece todo: la distracción, el apuro, la falta de arraigo. Esta semana, en las clases de yoga, nos enfocamos en darle espacio a esta postura que parece tan simple pero tiene mucho para explorar y decirnos. Te lo cuento todo en este post.

Justo en esta época del año, cuando el fin de año empieza a respirarnos en la nuca, cuando las agendas se llenan y las listas se alargan, Vrksasana llega como un recordatorio necesario: el equilibrio no se encuentra arriba, en el aire. Se construye desde abajo, desde los pies en la tierra.

Los árboles no se sostienen por sus ramas.

Se sostienen por sus raíces. Cuanto más profundas, más pueden crecer hacia arriba sin quebrarse con el viento. Y nosotras no somos tan distintas. Vrksasana nos pide imitar esa sabiduría: plantar un pie firme en el suelo, enraizar, y desde ahí —solo desde ahí— elevarnos. No al revés. No podemos buscar equilibrio si primero no nos damos una base sólida.

En la vida lenta hablamos mucho de bajar el ritmo, de hacer pausas, de simplificar. Pero a veces olvidamos que para frenar, primero hay que plantarse. Y plantarse no es huir ni desconectar: es poner los pies en la tierra, literalmente, y decir “acá estoy, presente.”

Esa presencia es lo que nos sostiene cuando todo alrededor acelera.

Lo que Vrksasana trae a tu cuerpo

Vrksasana es engañosamente sencilla. Parece que solo es “pararse en una pierna”, pero cuando la habitás, descubrís que es mucho más:

Enraizamiento activo: el pie de apoyo no está quieto, está vivo. Los dedos se abren, se conectan con el piso, ajustan constantemente. Te enseña que enraizarse no es rigidez, es presencia activa.

Fuerza sutil pero real: la pierna de apoyo trabaja desde el tobillo hasta la cadera. Es una fuerza que no grita, pero sostiene. Como esa firmeza interna que necesitamos para decir que no, para poner límites, para quedarnos quietas cuando el mundo pide correr.

Apertura desde la estabilidad: la pierna que sube abre la cadera, pero esa apertura solo es posible si la base está firme. Primero raíz, después expansión. Primero claridad, después crecimiento.

Equilibrio que respira: en Vrksasana te das cuenta de que el equilibrio no es estático. Es un ajuste constante, una conversación entre tu cuerpo y la gravedad. Y eso también es vida: equilibrio no es rigidez, es movimiento consciente.

Conexión con el eje: para no caerte, necesitás encontrar tu centro. Tu columna se alarga, tu mirada se aquieta, tu respiración se profundiza. Vrksasana te obliga a volver a vos, a tu eje interno.

La ilusión del equilibrio “en el aire”

Vivimos en una cultura que nos dice que estar en equilibrio es poder con todo, hacer malabares, estar siempre disponibles. Pero Vrksasana nos muestra otra cosa: el verdadero equilibrio no está en el apuro ni en la multitarea. Está en la firmeza, en la presencia, en saber dónde pisás.

Cuando intentás hacer la postura apurada, te caés. Cuando tu mente está en la lista de pendientes, te caés. Cuando tu mirada se dispersa, te caés. Vrksasana no perdona la desconexión.

Pero cuando bajás la velocidad, cuando respirás hondo y sentís el pie en el suelo, cuando tu mirada se ancla en un punto fijo (tu drishti), algo cambia. No es que la postura se vuelva fácil, pero te volvés capaz de sostenerla.

Y eso es lo que necesitamos en esta época: no correr más rápido, sino plantarnos más firmes.

El fin de año en la nuca

Octubre ya huele a diciembre. Las conversaciones empiezan a girar alrededor de cierres, balances, compromisos de fin de año. Hay una aceleración en el aire que a veces ni registramos, pero el cuerpo sí: dormimos peor, comemos más rápido, perdemos la paciencia con más facilidad. Es justo en estos momentos cuando necesitamos un árbol interno. Algo que nos frene sin arrancarnos del mundo, que nos devuelva a la tierra sin hacernos escapar.

Vrksasana no te pide que renuncies a tus compromisos. Te pide que los encares desde otro lugar: desde la presencia, no desde el piloto automático. Desde la firmeza, no desde la ansiedad. Cuando practicás la postura del árbol, entrenás algo muy concreto: la capacidad de quedarte quieta aunque todo se mueva. Y eso, fuera del mat, se traduce en poder elegir dónde ponés tu energía, en qué decís que sí y en qué decís que no, en cómo atravesás el ruido sin dejarte arrastrar.

Llevar a Vrksasana fuera del mat

Después de practicar la postura del árbol, te invito a preguntarte:

¿Dónde estoy pisando? ¿Estoy realmente presente en lo que hago, o voy en piloto automático?

¿Qué me sostiene? ¿Cuáles son mis raíces en este momento: mis valores, mis límites, mi cuidado personal?

¿Estoy buscando equilibrio desde el apuro o desde la firmeza? ¿Intento sumar más cosas o necesito primero asentar lo que ya tengo?

¿Qué me distrae de mi eje? ¿Qué ruidos externos me sacan de mi centro y cómo puedo volver a mí?

La postura del árbol incomoda a veces. Temblás, te caés, te frustrás. Pero si te quedás, si respirás, si volvés una y otra vez a sentir el pie en el suelo, algo se acomoda. No es magia: es entrenamiento. Entrenás la presencia, la paciencia, la capacidad de volver a tu raíz aunque el viento sople fuerte.

Y esa es la invitación de Vrksasana: no escapar del vértigo, sino encontrar tu base en medio de él.


Esta semana, en tu práctica

  • Cuando llegues a Vrksasana, no te apures. Tomate un respiro antes de subir la pierna. Sentí el pie de apoyo: ¿está realmente conectado con el piso? ¿Tus dedos están vivos o dormidos?
  • Elegí un punto fijo para tu mirada. Puede ser una mancha en la pared, un objeto, lo que sea. Pero que sea firme, quieto. Y volvé a ese punto cada vez que te distraigas.
  • Quedate un respiro más de lo que te pide el cuerpo. No desde la exigencia, sino desde la curiosidad: ¿qué pasa si me doy un poco más de tiempo? ¿Qué descubro?
  • Y si te caés, volvé. Pero antes de volver, observá: ¿qué pasó? ¿Dónde se fue tu atención? ¿En qué momento perdiste la respiración?

Porque acá está la gracia: la caída no es el problema, es parte del aprendizaje. Cuando buscamos “no caernos nunca”, entramos en tensión, en control excesivo, en rigidez. Y paradójicamente, eso nos hace caer más. Pero cuando aceptamos que la caída va a pasar —que es natural, que es información—, cambia todo. Dejás de tenerle miedo, dejás de frustrarte, y empezás a aprender de verdad.

Cada vez que te caés en Vrksasana, tu cuerpo recibe datos: “ah, me fui para este lado”, “acá perdí la respiración”, “este pensamiento me desconcentró”. Y la próxima vez que subís, tu cuerpo ya sabe un poco más. La caída te enseña dónde está tu límite real, no el que imaginás.

Los árboles no crecen en línea recta. Crecen buscando la luz, ajustándose, sorteando obstáculos. Vos también.


¿Querés profundizar tu práctica de yoga consciente?

Cada mes nos encontramos en clases donde no solo hacemos posturas, sino que exploramos qué nos enseñan sobre nosotras mismas y sobre cómo queremos vivir. Es yoga para habitar la vida con más calma, más raíz y más presencia.

¡Nos vemos en el mat!

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