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En un mundo que celebra el movimiento constante, donde el ruido exterior compite con el ruido mental, la meditación se presenta como un refugio. No es escapismo; es todo lo contrario. Es la herramienta más práctica y amorosa que tenemos para entrenar nuestra atención, habitar la calma y recordar que la paz no es algo que debemos conseguir afuera, sino reconocer adentro.
El origen: por qué meditamos en yoga
La historia es fascinante y, al mismo tiempo, reveladora. Yo llegué a la meditación como extensión de la práctica física del yoga, pero, en la tradición milenaria del yoga, las posturas físicas que tanto practicamos hoy eran, en realidad, una preparación. Los antiguos yoguis desarrollaron las asanas no como un fin en sí mismo, sino como un medio: preparar el cuerpo para poder permanecer en quietud durante largos períodos de meditación.
Imaginate la siguiente escena: después de horas sentados en contemplación, necesitaban un cuerpo fuerte, flexible y libre de tensiones que les permitiera sostener la postura sin molestias. El objetivo nunca fue “dominar posturas perfectas” para lucir bien en redes sociales. Era algo mucho más profundo y revolucionario: dominar la mente.
Aquietar el flujo constante de pensamientos. Dejar de ser arrastrados por cada emoción que aparece. Conectar con la respiración como puente hacia el silencio interior. Encontrar, en esa quietud, lo que siempre estuvo ahí pero que el ruido no nos dejaba escuchar. Yo creo que esta práctica es algo que necesitamos más que nunca.
De mi parte solo tengo palabras de agradecimiento a la meditación, noto diferencias abismales en mi templanza interna, en mi paz mental cuando practico con regularidad y cuando no. Meditar en yoga es, en esencia, entrenar la presencia. Es practicar el arte de estar aquí, ahora, con lo que es, sin necesidad de que sea diferente.
Qué es meditar (y qué no es)
Deshagamos algunos mitos que pueden alejarnos de esta práctica transformadora.
Meditar no es quedarse con la mente en blanco. Ya lo dije muchas veces y seguiré haciéndolo porque el mito está bien arraigado. De hecho, eso sería prácticamente imposible para una mente humana saludable. Los pensamientos van a aparecer, las emociones van a surgir, las sensaciones van a cambiar. Y está perfecto.
Meditar sí es observar sin juicio todo lo que aparece. Es como convertirte en una testiga amable de tu propia experiencia interna. Los pensamientos llegan, los reconocés, y los dejás pasar como nubes en el cielo. Las emociones se presentan, las sentís sin resistencia, y las dejás fluir como agua en un río.
Es un espacio de entrenamiento suave para la mente, tal como el yoga físico lo es para el cuerpo. Cada vez que notás que tu atención se fue hacia el pasado o el futuro y la traés de vuelta al presente, estás fortaleciendo tu músculo de la consciencia.
Más que un estado místico reservado para unos pocos elegidos, la meditación es un acto cotidiano de atención y presencia. Es radical en su simplicidad: elegir estar presente en tu propia vida.
Cómo comenzar si nunca lo hiciste
Si hasta acá resonás con todo esto pero sentís que no sabés por dónde empezar, respirá tranquila. La meditación es la práctica más accesible del mundo. No necesitás equipamiento especial, años de entrenamiento o condiciones perfectas.
Tu espacio sagrado Elegí un lugar en tu casa que sea relativamente tranquilo. No necesita ser perfecto ni estar completamente libre de ruidos. Los sonidos de la vida cotidiana pueden ser parte de tu práctica: el ladrido del perro del vecino, el tránsito de la calle, incluso el zumbido de la heladera. Todo puede ser incluido en tu campo de consciencia.
Lo que sí es importante es que sea un lugar donde te sientas cómoda, donde puedas crear una pequeña rutina. Puede ser un rincón de tu dormitorio, un lugar junto a la ventana, o incluso tu living. Con el tiempo, ese espacio va a ir tomando la energía de tu práctica.
Tu postura de poder Sentate con la espalda recta pero sin rigidez. Imaginá que hay un hilo invisible que te conecta con el cielo, estirando suavemente tu columna hacia arriba. Los hombros relajados, la mandíbula suelta.
Evitá recostarte completamente porque la idea es mantenerte en un estado de alerta relajada. Querés estar despierta pero cómoda. Si te duele la espalda, apoyala contra la pared. Si te incomodan las piernas cruzadas, sentate en una silla. La meditación es para vos, no al revés.
Tu ancla en el presente Necesitás algo donde enfocar tu atención. Puede ser tu respiración natural (sin forzarla ni cambiarla, solo observándola), un mantra que resuene con vos, o incluso un objeto físico como una vela encendida, una piedra que te guste, o una flor.
La respiración suele ser la opción más accesible porque siempre está con vos. Podés enfocar tu atención en cómo entra y sale el aire por tu nariz, cómo se expande y contrae tu abdomen, o simplemente en el ritmo natural de tu respirar.
El poder de lo pequeño Empezá con 3 a 5 minutos al día. Sí, leíste bien. Tres minutos. Eso es todo lo que necesitás para comenzar. La meditación no se trata de resistencia; se trata de constancia. Es preferible meditar 3 minutos todos los días que 30 minutos una vez por semana. Tu mente necesita entender que esto es una prioridad, una cita sagrada que tenés con vos misma cada día.
La magia está en la regularidad Elegí un momento del día y mantenelo. Puede ser apenas te levantás, antes de desayunar, al volver del trabajo, o antes de dormir. Lo importante es que sea siempre el mismo momento, para que se vuelva un hábito natural. No te frustres si un día se te complica o si tu mente está muy agitada. Esos días también cuentan. De hecho, los días “difíciles” suelen ser los que más nos enseñan sobre nosotras mismas.
El regalo que te das
Yoga y meditación no son dos prácticas separadas caminando por senderos paralelos. Son más bien como dos aspectos de una misma joya, dos formas de llegar al mismo lugar: tu centro. El yoga físico prepara tu cuerpo y calma tu sistema nervioso. La meditación entrena tu mente y cultiva la presencia. Juntas, te recuerdan una verdad que tal vez olvidaste en el apuro de la vida cotidiana: ya tenés dentro la calma que buscás afuera.
No necesitás ir a ningún lado para encontrarla. No tenés que ser perfecta, ni más flexible, ni más zen. Solo necesitás sentarte, respirar, y recordar que en este momento, aquí, ahora, ya sos completa.
✨ Tu invitación para la próxima semana: Al final de tu próxima práctica de yoga, o en cualquier momento del día que sientas que lo necesitás, probá sentarte en silencio aunque sea un minuto. Solo respirar y observar. Sin expectativas, sin juicios, sin necesidad de que pase nada especial. Ese gesto simple, esa pausa sagrada en medio del ruido, es el inicio de una transformación que va mucho más allá de lo que podés imaginar. Es tu camino de vuelta a casa, a vos misma.
¿Querés profundizar esta experiencia?
Todos los meses facilito encuentros de meditación donde nos juntamos a practicar juntas, compartir experiencias y sostener este espacio de calma colectiva. Son encuentros íntimos, cálidos, donde podés hacer todas las preguntas que tengas y sentir el apoyo de un grupo que camina el mismo sendero.
Si sentís que es momento de darle más lugar a la meditación en tu vida, escribime por WhatsApp y conversamos. 💫
Nos vemos en el mat!